miércoles, agosto 10, 2005
Sobre parches y pegamentos
Tengo una caja de parches para bicis en mi casa, que me dejaste la última vez que me sacaste las castañas del fuego. No sé si me la regalaste o no; el caso es que yo me la he adueñado para siempre. Porque es una metafora de nosotros. Siempre dispuestos a ponernos parches en los agujeritos por los que se nos escapa algo de nuestra alegría o felicidad. Por donde entran los malos rollos y las angustias. Para eso estamos, para ponernos parches el uno a la otra y viceversa; para ayudarnos a ser un poquito más felices y un poquito mejores personas.
En algún lugar de Barcelona hay un pote de pegamento Loctite con una etiqueta que lleva mi nombre. Lo tiene guardado mi coleguita Franki para cuando me rompo a trocitos. Él, delicadamente, los va pegando uno tras otro, trocito a trocito, pacientemente. Ahora un pedazo, luego otro, un poco de pegamento por aquí, un poco de cariño por allá. Hasta que me recompone, nos bebemos una copa de vino cada uno y guarda el pegamento para pegar mis trocitos cuando me vuelva a romper.
La vida es, a veces, una broma pesada. Quita a personas queridas de enmedio y cuando peor crees que lo estás pasando te recompensa con una reconciliación impensable e imposible, o te regala a alguien que te rescata del naufragio. Es como si te dijera: "¿Veeees, tonta? Era una broma, ahora ha venido alguien que te quiere más.... tú que te creías que te ibas a quedar sola toda la vida. Si es que....".
Otras veces la vida se convierte en una broma pesada porque te hace pasar por sustos innecesarios y que no traen ningún fruto más que el aprendizaje. Que ya es mucho, pero que no compensa el mal rato pasado, para nada.
El caso es que es muy reconfortante saber que hay gente repartida por ahí, que ni siquiera se conoce entre sí, dispuesta a aguantar tus lloros, tus miedos, tus paranoias y tus borracheras por el simple hecho de que te quieren. Preparados con una lija en una mano y un bote de Loctite en la otra para recomponer los pedazos de tu alma o para curar, poner parches, en tus heridas. Y eso, en estos tiempos difíciles, es casi un milagro. De hecho, la vida ya es un milagro en sí: lo dicen cada día los noticiarios y las leyes de la termodinámica, que auguran que el fenómeno de la creación de la vida (es decir, que se unan un espermatozoide y un óvulo) es un acontecimiento altamente improbable. Pero lo que es milagroso es que nuestros respectivos mundos, tan complicados, tan ajenos a nosotros mismos, se entiendan. Y lo que es más dificil, teniendo en cuenta que el corazón está hecho, muchas veces, de cicatrices: se quieran.
Por ese motivo soy una persona tremendamente afortunada. E insultantemente feliz.
Gracias a la vida, por darme tanto.
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