domingo, mayo 07, 2006

Desahogo de una tarde de domingo. I.

Es domingo tarde. Mi persona favorita y compañero de vida está estudiando y me ha tocado quedarme el domingo por la tarde en casa. Podría ir a cualquier sitio, a cualquier casa, a visitar a amigos de toda la vida o sorprender a los que hace tiempo que no veo. Limpiar el correo, leer un libro, ver la tele, pasear, prepararme para la temporada de curro que me espera. Sin embargo, he decidido automarginarme y recordar cómo son los domingos por la tarde en casa. Suena Antonio Vega en la máquina. Ha sido un fin de semana por lo general tranquilo. Poca nocturnidad, mañanas soleadas aprovechadas, paseos en coche, charlas con los amigotes y copas de vino tinto.

Los amigotes. Ya no somos los que éramos. Ni en cantidad ni en calidad. Ya sé que me hago pesada con el temita, pero nos hemos hecho mayores. Habremos escuchado hasta la saciedad el tema de Amaral que habla de sus amigos y de cómo han acabado cada uno en una punta del mundo. Pues más o menos así están los míos. Este último trimestre ha estado plagado de despedidas.

Los que nos dedicamos al difícil mundo del periodismo, lo tenemos realmente crudo para trabajar en algo que sea mínimamente digno y en que nos traten de manera correcta según la manera de entender "correcto" hoy en día. Así, nosotros, los cum laude de la promoción, debemos tener realmente suerte, porque trabajamos en lo que nos gusta (después de pasar unos pocos años, tras acabar la carrera, probando suerte mientras intentábamos buscar nuestra oportiunidad en los medios mientras tratábamos de sobrevivir trabajando en Cortes Ingleses, Sephoras y comedores escolares). Pero todo tiene un precio, y el que hemos tenido que pagar es el de separarnos y de permanecer lejos de nuestras familias. Mi adorada Amalia, tras aprender catalán, tuvo que volverse a Murcia. Trabaja más horas que un reloj. La parejita se fue a vivir a Menorca porque aquí sólo aspiraban a perfumerias y tibidabos. El niño y la princesita viven en Londres, trabajando en la tele, (Y codeándose con Kevin Spacey, oh, my god) a la espera de que esta gandula sin remisión les haga, algún día, alguna visita. Y mi muy mejor amigo, que me hace las veces de psiquiatra, de cola de impacto cuando estoy rotita, de padre cañero cuando me subo a la parra, se me ha ido a los madriles a acabar su tesis.

Periodistas en el exilio. Sólo que esta vez, en lugar de ser por motivos políticos, es por motivos laborales. Y podemos dar las gracias que, pese al exilio, trabajamos por lo que luchamos y todavía nos creemos nuestros trabajos. El tema del exilio es tan generalizado que a veces pienso que la que se ha equivocado soy yo, quedándome en Barcelona. Supongo que soy muy, pero que muy, afortunada. Soy consciente de ello y aprovecho cada momento.

Por aquí cerca, de los amigos de toda la vida, que no son periodistas, hay uno que se me ha ido a Alemania a vivir. Digo que "se me ha ido" porque es como si me lo hubieran arrancado. Evidentemente se fue por decisión propia, pero oigan, que lo echo mucho de menos, de verdad.

Luego están los que no se han ido físicamente pero que no están. Y los que nos quedamos viendo todo esto como meros espectadores, esperando a que el viento cambie de dirección, pensando en que quizá somos nosotros los que nos hemos estancado en la postadolescencia. Las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Nos hemos independizado, hemos sido padres, hemos roto relaciones que pensábamos que serían eternas. Hemos conocido gente que vale mucho la pena y otros se quedaron en el borde del camino. Nos hemos reconciliado, nos hemos emocionado, nos hemos reencontrado con alegría. Algunos se han quedado viviendo en el rencor, pero les seguimos queriendo, pese a todo.

Crecemos. Se supone que maduramos, pese a que algunas (yo) sólo sepamos esa serenidad que aporta la madurez de manera física. He madurado, pero no me he serenado. Tengo 27 años y no voy ni a independizarme, ni a casarme, ni a tener hijos ni a buscar un trabajo estable de 40 horas semanales porque es lo que toca hacer cuando se tienen 27 años. Lo haré cuando me apetezca. Y no es el caso. Así que soy un poco bicho raro, supongo, porque se supone que a esta edad estas cosas te tienen que apetecer. Pues no, señores. La vida está para vivirla, las normas para desobedecerlas y no voy a dejar que esta sociedad que tanto deja que desear me marque qué tipo de vida debo llevar por el solo hecho de ser mujer y tener 27 años.

Y esto lo digo porque parece que uno tenga que cumplir todos los requisitos anteriores para convertirse en un progre de manual, o para que, por lo menos, algunos progres de manual no te miren por encima del hombro o te hagan sentir que eres un niñato sin ambiciones; un completo imbécil. Esos progres de manual que, tras la fachada, sólo esconden individuos gregarios que se dedican a seguir lo que marca la sociedad que tanto critica de cara al público y a creerse capaces de juzgar a los que hacen lo mismo que ellos, pero sin la fachada progre, y a los que toman una manera de vivir que difiere de sus planteamientos.

Lo peor es que este tipo de progres nunca hacen el esfuerzo de dejar de mirar hacia afuera para mirarse por dentro. Nunca creen ser ellos estos progres de los que hablo. Podría escribir una tesis. Abogan por la separación pero son capaces de aguantar carros y carretas en sus matrimonios para parecer, de cara a la galería, perfectos. Abogan por la igualdad pero luego son los primeros que tienen prejuicios (contra los que no son como ellos); abogan por la solidaridad pero luego nunca te preguntan qué tal te encuentras. Apuestan por una educación libertina pero los hijos de sus amigos (educados de la misma manera que ellos educan a los suyos) les parecen maleducados. Un día escribiré más sobre lo que me parecen esos progres de escaparate que tanto abundan por este pueblo que antaño, en un tiempo no muy lejano, se llegó a creer, de verdad, en lo que luchaba.

La puta doble moral de siempre. Así va el país.

Personalmente, me producen la misma repugnancia que los fachas.

Y ya está. Domingo por la tarde. Los temas que te vienen a la cabeza siempre son los más raros.


Agujetas. El viernes por la tarde me dio el ataque y me pasé casi cinco horas haciendo deporte. Me duelen hasta las pestañas.


Olé: El blog ha llegado a las 100 visitas desde que, hace aproximadamente un mes, instalé el contador. Supera mis expectativas con creces. A los que hablan, gracias, porque son los que me inspiran a continuar con esta aventura online y gracias a ellos, y a sus escritos, aprendo y reflexiono, mucho más de lo que ellos puedan imaginar. Y a los que escuchan, en silencio, (es decir, leen, en silencio), gracias, también. Sólo por estar.


2 comentarios:

30añera dijo...

Eeeemmmm... creo que ha sido un texto ligeramente agresivo... espero que nadie se sienta ofendido... y por cierto, se me había vuelto a olvidar activar los comentarios...

esquivando dijo...

Odio, odio, odio, odio,ODIO los domingos